Inteligencia es la aptitud para entender, asimilar, elaborar y procesar información utilizándola adecuadamente, estando muy ligada a otras funciones mentales, como la percepción, o capacidad de recibir tal información, y la memoria, o capacidad de almacenarla. La inteligencia se asimila a la capacidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de manera abstracta, comprender ideas y lenguajes, y aprender, tanto de aciertos, propios y extraños, como de errores. Así pues, inteligente es aquel que sabe escoger, lo cual le permite elegir las mejores opciones para resolver una cuestión.
La astucia, en cambio, se encuentra relacionada con la sagacidad, la sutileza, el ardid, la treta, la artimaña y la habilidad para engañar o evitar el engaño y lograr un objetivo. El astuto se convence a sí mismo y tiene siempre a mano una añagaza para lograr un propósito. Pero el hecho de demostrar petulancia, vanidad o terquedad lo aproxima a la necedad. El astuto viene a ser un ignorante que no sospecha de sí mismo creyéndose prudente, cuerdo y de buen juicio, con lo que se acerca a la noción de mentecato.
Estas reflexiones resultan pertinentes cuando se está en las tareas del Gobierno, y de ahí la necesidad de actuar con inteligencia y sentido ético, reconociendo deficiencias y sabiendo enfrentarlas con racionalidad.
El astuto gana en el momento, no piensa en las consecuencias morales ni materiales.